domingo, 23 de octubre de 2022


Estas canoas junto a un río de la Amazonía me invitan a pensar: ¿Quién irá dentro de ellas? ¿Por qué ríos han dejado un surco? ¿Salen o llegan?

Si salen, ¿Desde dónde habrán salido? ¿Qué cosas cargaban en ellas? Y los ocupantes, ¿Qué sentimientos cargaban? ¿Salían para turbarse llenos de alegría con familiares o amistades? ¿O huían por miedo a ser asesinados? ¿O han sido expulsados de sus tierras por los buscadores de oro, leñadores, agronegocio...?

Y si llegan. Allí donde han atracado, ¿Les esperaban? ¿Se han alegrado quienes los acogían? ¿O les han

hecho sentir como unos extraños? ¿Le ha ofrecido agua, comida, vestido, techo? ¿Han hecho de su

encuentro una experiencia de aprendizaje y fraternidad?

Sus canoas están sujetas en una estaca. Confían todo en una simple cuerda que conecta dos mundos: tierra y agua. Confían en la firmeza de la estaca. ¿Dónde ponemos nuestras seguridades? ¿Nos basta una sencilla cuerda? ¿O precisamos de muchas? ¿Tenemos estacas que sostienen, cuánto precisamos, nuestra vida?

La misión tiene esta dinámica de salir y llegar. Salir para encontrarse con personas. Y dejarse tocar por la realidad humana y social que llevan entre sus manos.

Nosotros misioneros, salimos, cargados de ilusiones y esperanza, empujados por la fuerza de Jesús. Somos humanos, y algún que otro miedo también va dentro de la mochila.

Y tenemos, a veces, en la Amazonía la sensación de vivir en la intemperie. Sin saber sí comeremos y dónde lo haremos. Donde dormiremos. Con las inclemencias del tiempo: sol, lluvia... Como las canoas: una sencilla cuerda donde aferrarse. Apostar todo en una cuerda. Navegar confiados y alegres.

Y llegamos y nos encontramos realidades duras, dictaduras -ahora modernas- que parecían superadas,

mucha pobreza, muchas injusticias. Aquí en la Amazonia vemos cómo la ambición de los humanos destruye entornos naturales con gran variedad de vida. Vemos cómo, poco a poco, se impone una cultura y se pierden formas de vida, otras culturas, otras formas de entender el mundo y de relacionarse con el entorno...

También nos encontramos con pueblos cuya profunda espiritualidad gira en torno a los Espíritus. Todo

tiene vida. Un árbol, un río, una piedra, una montaña, se agua... y debemos cuidarlo. Pueblos que saben

hacer fiesta. Pueblos con dinámicas comunitarias muy evangélicas.

Y nosotros ofrecemos poca cosa, somos limitados. Tiempo para ofrecer de forma gratuita y generosa.

Escucha de sus problemáticas, sueños, esperanzas, luchas...

Y en estos tiempos de sinodalidad, ojalá que, como iglesia, tengamos la capacidad para caminar-navegar juntos. Con la fuerza de nuestros brazos para remar hacia la misma dirección: la dignidad de las personas y el respeto a la naturaleza. Que dejemos entrar en la canoa a Dios y a toda persona, y nadie se sienta excluido. Que podamos aprender de cada uno, ya que todos tenemos algo que decir. Que seamos empujados por el viento del Espíritu para ayudar a encontrar el camino. Y sin preocupaciones de lo que comeremos, dónde dormiremos. Jesús, que es nuestro alimento, viene con nosotros. Y cuando nos peleemos sobre quién es el más importante porque va delante de la canoa o va detrás dirigiendo... Jesús nos recordará que: "tenemos que servir y dar la vida por los demás".

Y remaremos juntos para llegar. Cada uno aportará su fuerza en función de sus capacidades. Y juntos

participaremos y compartiremos, con su canoa como altar y esperanza en Jesús, de ver un mundo donde

quepan todos los mundos.


14-10-2022

Oscar Gonzalez Marques