Escribo esta frase de inicio a tan solo un día de cumplir
dos años en la Misión. Ciertamente cobra mucho sentido. Ha sido tiempo de
mucho: de ver y de juzgar, actuar. De reír y de llorar. De subir y de bajar. En
fin, podría decir mucho más, pero al ver las palabras son antagónicas, y es que
yo creo que simplemente el vivir descoloca. Ya cuando lo (intentas) vivir en Dios,
mucho más. Nada de seguridades, fuera las previsiones y las planificaciones,
deja de vivir el futuro perdida en el pasado.
El Caribe enseña mucho de eso. El vivir al día, como la Doña
que va al colmado con los cheles que ha podido conseguir para ese día comer.
Como el niño limpiabotas que sale a buscar el pan de la familia explotado por
los que supuestamente le protegen. Como las mujeres migrantes sufren
violaciones de sus derechos más fundamentales para lograr una vida más digna y
mejor para los suyos. Si creo que en esta isla si se sabe mirar, se ve de todo.
Y por eso te permite el irte trasformando.
A dos años de estar fuera de lo que era mi vida hasta dar
este paso, valoro mucho la experiencia, toda la experiencia porque a veces en
la vida hay momentos de todo y a día de hoy puedo decir que el descolocarte en
El hace que te coloques en un lugar mejor, donde puedes sentirte que sumas, que
acompañas, que vives.
Queda mucho todavía, para empezar un día más, una oportunidad
más para aportar lo mejor de mí, sé que sola no puedo, pero “todo lo puedo en
aquel que me fortalece”.
También con la cabeza en donde están mis raíces, en donde he
tenido el gran regalo de poder estar estas Navidades. Con la familia mía y política,
con los/as amigos, con los compañeros/as de OCCS, con mi comunidad parroquial y diocesana,… en
fin días de mucho gozar, de mucho disfrute y porque no decirlo de comidas
abundantes y con ganas de catar,… pero ya llena de los míos y de lo mío,
regreso con más fuerzas, deseando de comer mi arroz y habichuela, de regresar
al calor no solo físico sino de las personas y amigas/os con los que comparto
ahora mi vida, con mi familia de acá.
En fin, llena, muy llena de nombres.
Hace tiempo una amiga me escribió este breve poema, la verdad es que nunca supe, hasta hoy, que era de Casaldáliga o a lo mejor, se me había olvidado. Hoy, al leer tu entrada al blog, he recordado aquellos años de tardía adolescencia. Siempre me gustó, aunque, con el paso de los años, te das cuenta que solo hay unos pocos nombres dentro de tu corazón.
ResponderEliminarFelipe
He compartido mi vida en tierra africana con el pueblo de Mozambique. Es verdad la afirmación de Casaldáliga, al final lo que queda, es el corazón lleno de nombres.
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