Ya hace tiempo que las imágenes de los
"refugiados" a muchos nos conmueven. Hace unos días nos encontramos
una, que la encontramos muy especial y significativa. Quizás por la dureza que
desprendía. Pero también por la fuerza de la pequeñez. Una niña, frágil,
totalmente dependiente, desamparada,... y en cambio, la sensación de que era lo
único, que en aquel preciso momento, podía aliviar el dolor de la madre.
La foto nos recordó a Milena y Rosi, hace prácticamente un
año, cuando la situación con los haitianos se volvió tan crispada por esta
zona. Milena es la madre de Rosy. Una tarde llegó Milena a casa, lloraba
amargamente y llevaba la niña en brazos. Le dimos una silla, y estuvimos un
buen rato callados esperando a que nos pudiera explicar que pasaba. Rosi, que
no tenía todavía año y medio, no era
consciente de lo que estaba pasando a su madre, pero sabía que a ella, no le
tocaba llorar. No era momento de añadir problemas. Y parecía que sabía que
debía cuidar de su madre, porque no le apartaba la mirada. Una mirada que
cuidaba, protegía para que nadie le pudiera hacer más daño, aliviaba todo lo
que era posible.
Poco a poco se fue calmando y pudo explicarnos qué le pasaba.
Había pasado la "camiona" y la guardia se había llevado a todos los
haitianos que no tenían papeles. Por todo el barrio sólo quedaron Milena, que sí
que había podido iniciar los trámites de papeles, y la niña. Se habían llevado
a Flor, su marido. Y también, a todos los de su país, que eran su familia,
amigos y vecinos aquí. Se había quedado sola, completamente sola. Sin un peso.
Y sin posibilidades de trabajar: mujer, haitiana y con una niña que aún no
podía dejar a nadie. Imposible. Sin poder saber nada de los suyos. Y sin
quitarse la imagen de un futuro tan oscuro, como incierto.
Milena, durmió unos días en casa. De día, iba a ver si
encontraba a alguien que le comprara el campo que su marido había dejado sembrado.
Fueron unas semanas muy duras para ella, en que no dejábamos de admirar su
valentía. Y allí estaba Rosi, la hija de año y medio. La hija que no le quitaba
la mirada de encima. Parecía que alguien le había hecho saber, que esa era su
misión entonces: mirar tiernamente a su madre.
Poco a poco todo fue arreglándose. Después de la angustia de
los primeros días, ya se pudieron comunicar y supieron unos de otros, … y en
cosa de un mes, el marido volvió a Sabaneta y han ido trampeando hasta el día
de hoy. No es que vivan una vida fácil, pero los pobres, muy pobres, están
curtidos de esto y tienen una fuerza y una confianza, de la que nosotros
somos huérfanos.
Y en los días más duros, de su ya dura vida, saben encontrar
en la mirada de la hija la fuerza que necesitan cuando experimentan debilidad.
Saben entender, a través de la mirada de la hija pequeña, lo que San Pablo supo
entender de su Dios: "Te basta mi gracia. En la debilidad se manifiesta mi
poder. " (2Cor 12, 9)
Roger y Maria (Sabaneta, Rep. Dominicana)
Gracias por vuestro testimonio y luz desde la misión!!! Un gran abrazo. Sita. A Coruña
ResponderEliminarGracias por compartir estos momentos. Un fuerte abrazo. Vicente e Inma
ResponderEliminarHay testimonios que nos nos interpelan.
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