Hace ya casi dos años que decidimos regresar a la Misión. Volvimos de nuevo a nuestro Ecuador, a la Arquidiócesis de Manabí; en concreto a la ciudad de Manta. Respondimos al llamado de la iglesia local manabita para apoyar e impulsar las Cáritas parroquiales en una gran zona con veintisiete parroquias.

Al principio estuvimos valorando cada uno de nosotros el dar este paso. Era volver a ponerse en las manos de Dios y saltar al vacío como familia, conscientes de nuestras debilidades, dejando siete años en España de trabajo, compromiso, amistades y familia grande.

El primer año fue volver a conocer la realidad, acercarnos a las parroquias de toda la ciudad y pueblos cercanos, contactar con los equipos de Cáritas que ya existían y sobre todo adaptarnos como familia de nuevo a este proyecto misionero.


Junto a esta tarea de acogida damos apoyo a la Pastoral Penitenciaria un día a la semana en el Centro de Rehabilitación Social de El Rodeo, cerca de Portoviejo. Realizamos talleres de revisión de vida a los internos de la prisión que asisten, se les invita a rehacer sus vidas, analizar su camino y poner las bases para construir una vida nueva fuera de la reclusión, lejos de la droga y la delincuencia.
Hemos apoyado también durante estos dos años al Seminario San Pedro de Portoviejo, dando clases de castellano a los chicos de Introductorio. Una experiencia muy bonita que nos ponía en contacto todas las semanas con otros miembros de nuestra diócesis.
Recuperamos la presencia de la diócesis en la universidad de Manta donde hemos abierto un centro de escucha y orientación para los estudiantes y acompañamos con talleres de espiritualidad. Para ello firmamos un convenio interinstitucional por cinco años.

Hace un año nos mudamos a San Juan de Manta, un pueblecito que está a unos kilómetros de la ciudad. Nos acogió una casa en planta baja, amplia y luminosa, rodeada de jardines y otras instalaciones para la pastoral. Ha sido un año de hacer casi de párrocos pues sustituimos a una comunidad religiosa y nos ha tocado hacer de coordinadores de la catequesis, de catequistas cuando alguien faltaba, de jardineros, limpiadores de las capillas, formadores de padres y madres, rezadores de novenas, celebrantes de la palabra...Todas estas nuevas tareas, añadidas a la que ya teníamos en Cáritas, no nos ha dejado en los últimos tiempos tener espacio de familia y de poder cultivar las amistades. En este período volvemos a estar en momento de cambio, de mudanza. Volvemos de nuevo a la ciudad y dejamos de lado esta tarea que nos desborda y a la que sentimos que no damos el tiempo que necesita.
A pesar de todo el cansancio nos sentimos bien, felices de poder aportar un granito de arena en la construcción del Reino, de poder ofrecer a nuestros hijos la experiencia de conocer su país siendo ya grandes, de dedicar este tiempo a la Iglesia de Jesús; que es la de los últimos, la de los que no tienen casi nada, la de los humildes y desposeídos.
Para nosotros es un privilegio servir en esta tierra que nos acoge, sin más pretensiones que acompañar y ser un poco de levadura en la masa, que sólo Dios puede hacer crecer.