jueves, 25 de abril de 2019

VUELTA A LA MISIÓN

Hace ya casi dos años que decidimos regresar a la Misión. Volvimos de nuevo a nuestro Ecuador, a la Arquidiócesis de Manabí; en concreto a la ciudad de Manta. Respondimos al llamado de la iglesia local manabita para apoyar e impulsar las Cáritas parroquiales en una gran zona con veintisiete parroquias. 

Hubo dos motivaciones principales en esta decisión de regresar: el terremoto de abril del 2016 que se cebó con esta provincia de forma especial y el querer dedicar unos años más como familia a esta tarea de llevar el mensaje de amor de Dios más allá de nuestras fronteras. 
Al principio estuvimos valorando cada uno de nosotros el dar este paso. Era volver a ponerse en las manos de Dios y saltar al vacío como familia, conscientes de nuestras debilidades, dejando siete años en España de trabajo, compromiso, amistades y familia grande. 

Fue una apuesta fuerte por la misión y la respuesta a un llamado. Dejamos nuestra diócesis de Jaén y fuimos enviados para insertarnos en la Arquidiócesis de Portoviejo. 
El primer año fue volver a conocer la realidad, acercarnos a las parroquias de toda la ciudad y pueblos cercanos, contactar con los equipos de Cáritas que ya existían y sobre todo adaptarnos como familia de nuevo a este proyecto misionero. 

Nos encontramos de frente con la realidad de la migración venezolana. Y junto a los MIES (Misioneros de la Esperanza) creamos un espacio de acogida y oración. Sus testimonio nos impactaron: dejarlo todo para huir del hambre, de la necesidad con sus múltiples rostros, esperando encontrar un lugar provisional; pues cada uno de ellos añora su tierra y sueña con el regreso cada día. Fuimos haciendo amigos entre ellos y buscando dar respuesta a esta necesidad urgente abrimos como Cáritas, con el apoyo de diez parroquias, el comedor "San Óscar Romero" en el centro de Manta. No sabemos cómo pero cada día comen más de cien personas y esto es posible gracias a la providencia de Dios y a la generosidad de los voluntarios de Cáritas y otros miembros de las parroquias cercanas. Ningún día hemos cerrado por falta de alimentos o manos que los preparasen. 
Junto a esta tarea de acogida damos apoyo a la Pastoral Penitenciaria un día a la semana en el Centro de Rehabilitación Social de El Rodeo, cerca de Portoviejo. Realizamos talleres de revisión de vida a los internos de la prisión que asisten, se les invita a rehacer sus vidas, analizar su camino y poner las bases para construir una vida nueva fuera de la reclusión, lejos de la droga y la delincuencia. 

Hemos apoyado también durante estos dos años al Seminario San Pedro de Portoviejo, dando clases de castellano a los chicos de Introductorio. Una experiencia muy bonita que nos ponía en contacto todas las semanas con otros miembros de nuestra diócesis. 
Recuperamos la presencia de la diócesis en la universidad de Manta donde hemos abierto un centro de escucha y orientación para los estudiantes y acompañamos con talleres de espiritualidad. Para ello firmamos un convenio interinstitucional por cinco años.
Así mismo establecimos un convenio para recuperar nuestra presencia en la atención a los enfermos en el hospital regional Rodríguez Zambrano; organizando equipos de visita a los enfermos y acompañamiento a las familias entre las cuatro parroquias más cercanas. En esta tarea encontramos muchas situaciones de indigencia, teniendo que actuar a través de ayudas económicas para la realización de análisis, pruebas médicas o recetas.
Hace un año nos mudamos a San Juan de Manta, un pueblecito que está a unos kilómetros de la ciudad. Nos acogió una casa en planta baja, amplia y luminosa, rodeada de jardines y otras instalaciones para la pastoral. Ha sido un año de hacer casi de párrocos pues sustituimos a una comunidad religiosa y nos ha tocado hacer de coordinadores de la catequesis, de catequistas cuando alguien faltaba, de jardineros, limpiadores de las capillas, formadores de padres y madres, rezadores de novenas, celebrantes de la palabra...Todas estas nuevas tareas, añadidas a la que ya teníamos en Cáritas, no nos ha dejado en los últimos tiempos tener espacio de familia y de poder cultivar las amistades. En este período volvemos a estar en momento de cambio, de mudanza. Volvemos de nuevo a la ciudad y dejamos de lado esta tarea que nos desborda y a la que sentimos que no damos el tiempo que necesita. 
A pesar de todo el cansancio nos sentimos bien, felices de poder aportar un granito de arena en la construcción del Reino, de poder ofrecer a nuestros hijos la experiencia de conocer su país siendo ya grandes, de dedicar este tiempo a la Iglesia de Jesús; que es la de los últimos, la de los que no tienen casi nada, la de los humildes y desposeídos. 
Para nosotros es un privilegio servir en esta tierra que nos acoge, sin más pretensiones que acompañar y ser un poco de levadura en la masa, que sólo Dios puede hacer crecer.

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