
El resultado fue espectacular porque triunfamos totalmente y
todos los invitados estaban encantados, alabando lo rico que estaba todo.
Comimos, bebimos y disfrutamos todos juntos enormemente en un ambiente muy
agradable. Los invitados no se conocían entre sí pero rápidamente se entabló un
ágil diálogo y conversación a varias bandas. Tomamos la torta y Laura la mordió
conforme a la tradición local.
Cuando estábamos todos sentados en la sobremesa charlando
alegremente, me quedé un momento sentado a un lado y observando el ambiente y percibí
algo muy interesante. Entre los invitados había gente de tres países distintos,
de diferentes edades, de diferentes clases sociales (alta, media y baja) y distintas ocupaciones. Diversas personas estaban allí: una compañera de nuestro
trabajo, estaba la portera del colegio donde vivimos y su hija y estaban dos
niños, a los que llaman “de la calle” acompañados de Pepe, un español
comprometido hasta los huesos por el que probablemente sea el colectivo más
marginado y excluido de Bolivia y de otros muchos más países. Además de esto, estábamos
algunos españoles de diversos orígenes, procedencias y situaciones, con dos
niños adoptados en Bolivia. A todos se sumaba el hermano Marco de la
congregación de Foucauld y varios niños hijos de unos y otros.
Sentí por un momento que habíamos reunido allí, en nuestra
casa, a una representación amplia de este mundo nuestro, desde los más
excluidos a los mejor situados. Todos compartían comida, bebida y conversación,
sin distinción de clases, edades o nacionalidades. Me sentí enormemente feliz
por ver que nuestra casa se convirtió por un ratito en un trocito del mundo que
sueño día a día. Me sentí enormemente dichoso de poder estar viviendo esto,
aquí en Bolivia.
Tras un rato de ingenua ensoñación, volví a la realidad y empecé
a pensar por qué esto que había sido tan fácil en un cumpleaños y en nuestra
casa, pero era tan difícil en la vida real y en cualquier parte del mundo. Decidido
a no amargarme demasiado con pensamientos realistas, tomé la determinación de
sentir que ese momento era tan real como cualquier otro y que, por un momento,
por un ratito, quería disfrutar de vivir en mi mundo soñado.
Cogí un vaso de vino y me acerqué a un grupo de invitados para
introducirme en su conversación. Fue una de las reuniones más hermosas que
recuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario