lunes, 19 de mayo de 2014

El cumpleaños

Los invitados empezaron a llegar a eso de las 13.30h del domingo, cuando todavía no habíamos acabado de preparar toda la comida. Estuvimos horas cocinando para agasajar convenientemente a los más de 20 invitados que ese día teníamos en casa, entre niños y adultos. Laura celebraba su 37 cumpleaños y no queríamos dejar pasar la ocasión de compartir una comida con una gran parte de la gente que es importante para nosotros actualmente en Cochabamba. El viernes habíamos hecho una cena para invitar a los compañeros de trabajo y por distintas circunstancias que no vienen al caso, se nos quedó corta la cena y fue muy escasa. Nos prometimos que eso no pasaría de nuevo el domingo en la comida y así fue.

Cocinamos diferentes platos españoles para compartir con los invitados con la intención de mostrar algunas de las delicias de nuestra tierra. Hicimos salmorejo, tortilla de patatas, lomo con pimientos, solomillo al roquefort, queso con cebolla caramelizada y unas cuantas cosas más. Además hicimos algo más boliviano por si a algunos invitados no les gustaba la comida española.

El resultado fue espectacular porque triunfamos totalmente y todos los invitados estaban encantados, alabando lo rico que estaba todo. Comimos, bebimos y disfrutamos todos juntos enormemente en un ambiente muy agradable. Los invitados no se conocían entre sí pero rápidamente se entabló un ágil diálogo y conversación a varias bandas. Tomamos la torta y Laura la mordió conforme a la tradición local.
 
Cuando estábamos todos sentados en la sobremesa charlando alegremente, me quedé un momento sentado a un lado y observando el ambiente y percibí algo muy interesante. Entre los invitados había gente de tres países distintos, de diferentes edades, de diferentes clases sociales (alta, media y baja) y distintas ocupaciones. Diversas personas estaban allí: una compañera de nuestro trabajo, estaba la portera del colegio donde vivimos y su hija y estaban dos niños, a los que llaman “de la calle” acompañados de Pepe, un español comprometido hasta los huesos por el que probablemente sea el colectivo más marginado y excluido de Bolivia y de otros muchos más países. Además de esto, estábamos algunos españoles de diversos orígenes, procedencias y situaciones, con dos niños adoptados en Bolivia. A todos se sumaba el hermano Marco de la congregación de Foucauld y varios niños hijos de unos y otros.

Sentí por un momento que habíamos reunido allí, en nuestra casa, a una representación amplia de este mundo nuestro, desde los más excluidos a los mejor situados. Todos compartían comida, bebida y conversación, sin distinción de clases, edades o nacionalidades. Me sentí enormemente feliz por ver que nuestra casa se convirtió por un ratito en un trocito del mundo que sueño día a día. Me sentí enormemente dichoso de poder estar viviendo esto, aquí en Bolivia.

Tras un rato de ingenua ensoñación, volví a la realidad y empecé a pensar por qué esto que había sido tan fácil en un cumpleaños y en nuestra casa, pero era tan difícil en la vida real y en cualquier parte del mundo. Decidido a no amargarme demasiado con pensamientos realistas, tomé la determinación de sentir que ese momento era tan real como cualquier otro y que, por un momento, por un ratito, quería disfrutar de vivir en mi mundo soñado.

Cogí un vaso de vino y me acerqué a un grupo de invitados para introducirme en su conversación. Fue una de las reuniones más hermosas que recuerdo.


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