Cocinamos diferentes platos españoles para compartir con los
invitados con la intención de mostrar algunas de las delicias de nuestra
tierra. Hicimos salmorejo, tortilla de patatas, lomo con pimientos, solomillo al
roquefort, queso con cebolla caramelizada y unas cuantas cosas más. Además
hicimos algo más boliviano por si a algunos invitados no les gustaba la comida
española.
El resultado fue espectacular porque triunfamos totalmente y
todos los invitados estaban encantados, alabando lo rico que estaba todo.
Comimos, bebimos y disfrutamos todos juntos enormemente en un ambiente muy
agradable. Los invitados no se conocían entre sí pero rápidamente se entabló un
ágil diálogo y conversación a varias bandas. Tomamos la torta y Laura la mordió
conforme a la tradición local.
Cuando estábamos todos sentados en la sobremesa charlando
alegremente, me quedé un momento sentado a un lado y observando el ambiente y percibí
algo muy interesante. Entre los invitados había gente de tres países distintos,
de diferentes edades, de diferentes clases sociales (alta, media y baja) y distintas ocupaciones. Diversas personas estaban allí: una compañera de nuestro
trabajo, estaba la portera del colegio donde vivimos y su hija y estaban dos
niños, a los que llaman “de la calle” acompañados de Pepe, un español
comprometido hasta los huesos por el que probablemente sea el colectivo más
marginado y excluido de Bolivia y de otros muchos más países. Además de esto, estábamos
algunos españoles de diversos orígenes, procedencias y situaciones, con dos
niños adoptados en Bolivia. A todos se sumaba el hermano Marco de la
congregación de Foucauld y varios niños hijos de unos y otros.
Sentí por un momento que habíamos reunido allí, en nuestra
casa, a una representación amplia de este mundo nuestro, desde los más
excluidos a los mejor situados. Todos compartían comida, bebida y conversación,
sin distinción de clases, edades o nacionalidades. Me sentí enormemente feliz
por ver que nuestra casa se convirtió por un ratito en un trocito del mundo que
sueño día a día. Me sentí enormemente dichoso de poder estar viviendo esto,
aquí en Bolivia.
Tras un rato de ingenua ensoñación, volví a la realidad y empecé
a pensar por qué esto que había sido tan fácil en un cumpleaños y en nuestra
casa, pero era tan difícil en la vida real y en cualquier parte del mundo. Decidido
a no amargarme demasiado con pensamientos realistas, tomé la determinación de
sentir que ese momento era tan real como cualquier otro y que, por un momento,
por un ratito, quería disfrutar de vivir en mi mundo soñado.
Cogí un vaso de vino y me acerqué a un grupo de invitados para
introducirme en su conversación. Fue una de las reuniones más hermosas que
recuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario