lunes, 19 de agosto de 2013

Esperanza

Aquella tarde, el hogar Creamos, donde colaboramos como voluntarios aparte de nuestro proyecto, era un auténtico hervidero de gente. Si normalmente hay unos 18 niños y las 4 trabajadoras, ese día habría como unos 30 niños y por lo menos 20 adultos más de lo normal entre voluntarios españoles, bolivianos, italianos y otros. Estuvimos jugando y bailando con los niños durante un rato. Luego se sacó la merienda, un riquísimo queque de chocolate (lo que llamamos bizcocho en España), refrescos, gusanitos y demás.



María Teresa, directora del Hogar
Una vez degustada la merienda, María Teresa, directora del hogar y gran conocida de casi todos los miembros de Ocasha que han pasado por Bolivia, pidió la atención de todos los asistentes. En la mesa, centrando la atención, se encontraba una pareja con rasgos occidentales y otra con rasgos bolivianos. Unos tenían a Jazmín sentada en sus piernas y los otros a Diana y Briana (hermanas gemelas). María Teresa informó a todos los presentes que los matrimonios eran los futuros padres adoptivos de las tres niñas, que estas abandonarían el hogar para pasar a vivir con su nueva familia. En un caso (Briana y Diana) se irían a Suiza y en el otro (Jazmín) se quedaría en Bolivia.


Mientras presenciaba la escena no podía articular palabra. Tenía bastante con intentar contener mis lágrimas, algo que solo conseguí los 30 primeros segundos. No estaba conmovido por la despedida. No estaba emocionado porque no volviera ver a las niñas. No era eso.


Me estaba rompiendo por dentro de auténtica y genuina emoción de felicidad. Por un lado, pensaba en que la escena suponía una auténtica liturgia de la celebración de la misión del Hogar Creamos. Se había recogido a las niñas de su situación de abandono y, tras un periodo de cuidados y cariño, se había conseguido que pudieran ejercer un derecho, tan básico y a la vez tan complejo en Bolivia, como es tener una familia. Eso otorgaba pleno sentido al esfuerzo de tantas y tantas personas que hacía posible la existencia de este mágico proyecto. Aunque solo fueran estas tres niñas las únicas beneficiadas, el esfuerzo se veía plenamente justificado.


Jorge y Mónica
Por último, me conmovía enormemente pensar en que personas como María Teresa, pero también Mónica (fundadora y actualmente voluntaria del hogar) y Jorge (pareja de Mónica y también actual voluntario del hogar) eran quiénes habían hecho posible que esas niñas, y otras tantas antes y seguro que muchas más en el futuro, pudieran ejercer el derecho a tener una familia. 

Pensaba, entre lágrima y lágrima, que el mundo era un lugar un poco mejor con gente como ellos, que entre tanta basura de egoísmo, violencia, injusticia y demás, a veces se encontraban algunas flores. Ellos están aquí sacrificando muchas cosas, sin estar cotizando para su jubilación, sin tener un seguro médico, sin tener viajes pagados. Están dándolo todo por los niños del Hogar Creamos. Pensaba también en lo afortunado que me sentía por ser miembro de Ocasha y poder tener la oportunidad de vivir una experiencia en el sur en la que conozca gente como ellos y los pueda contar ahora (y espero que para siempre) entre mis mejores amigos. Son para mí un ejemplo y un espejo en el que mirarme. Pensaba también que mientras haya gente así, en el mundo habrá y seguirá habiendo algo tan importante como es la esperanza.

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