jueves, 28 de octubre de 2021

 


EXPERIENCIA PEDRO DEL RÍO_Bolivia_octubre 2021

Mi vida misionera nace hace diecinueve años, cuando mis padres deciden irse de misión a Bolivia. Al año, nazco yo y desde entonces mi vida ha estado ligada la misión, pero de forma significativa a este país, al cual me he sentido conectado de una forma especial.

Además, mis padres me han ido contando muchas cosas de lo que vivieron y experimentaron en su misión aquí, y que de cierta manera he podido experimentar cuando hemos venido de visita años anteriores, aunque de forma muy superficial, ya que un mes no da para mucho.

Así pues, tenía ganas de hacer este voluntariado de un año, para conocer mejor el lugar en el que nací; cómo se vive, las costumbres, la manera de vivir la fe que tiene la gente aquí, los proyectos en los que trabajaron mis padres…

Estoy viviendo en la parroquia Jesús Obrero, de El Alto. La pastoral que llevan aquí en la parroquia es impresionante. La forma que tiene los chicos de las comunidades de hacer catequesis es espléndida. Y se refleja en la cantidad de gente y actividad que tienen con los niños de comunión y los jóvenes de confirmación. Además, hacen un trabajo vocacional muy bueno.

Los fines de semana me estoy yendo a dos comunidades que se encuentran en Tiquina y Huarina, dos pueblos que están cerca del lago Titicaca, en el altiplano boliviano. Allí, la gente es de un ambiente más rural, y por tanto tiene una vida más sencilla. Se dedican a la agricultura, a la pesca, a la ganadería, tienen sus puestecitos en las calles. También hablan aimara y, cuando ven que no entiendes, te intentan enseñar un poco. Es gente muy amable, sencilla, con una gran capacidad de acoger. Si en El Alto, la forma de vivir es diferente a la nuestra en España, aquí en el campo, es otra cosa. Se puede observar otro paisaje, con montañas, vegetación, cerca del lago, donde hay mucho silencio. Hasta tiene otro clima. La población vive en pueblos pequeños. La extensión de la influencia de las parroquias es bastante grande, por lo que los padres tienen que ir a muchos pueblos que no siempre están tan cerca…

El viernes por la mañana voy a Huarina. El sábado por la mañana me voy a Tiquina, para preparar las actividades y celebraciones que hay en ese día. Dormimos allí para estar en la celebración del domingo. Comemos en Huarina y regresamos por la tarde a El Alto. Además, los jueves también estoy yendo a Tiquina, para hacer catequesis con los más pequeños, que tienen unos seis/siete años. Esta experiencia de catequesis ha sido muy positiva. El tener que ingeniármelas para enseñar y explicar algo a los pequeños, que son tan dispersos y es tan difícil mantener su atención… Realmente me ha gustado, y me ha servido para saber cómo son las catequesis con los niños más pequeños.

Y convivir con estas dos comunidades que viven en el campo también ha sido una experiencia super positiva, diferente, ya que son comunidades pequeñas. Tener que encender la chimenea, ver cómo es el funcionamiento de una parroquia. Incluso a veces vamos al lago a tomar el té por la tarde, mientras anochece.

Los días de diario, en El Alto, estoy yendo por las mañanas a apoyar en el Kurmi que es un proyecto que trabaja con niños, cuyas familias son especialmente vulnerables y tienen riesgo de acabar en la calle. Estos niños van allí cuando no están pasando clases de forma presencial en la escuela, ya que aquí en Bolivia acaban de empezar la semi-presencialidad en los centros. Allí les damos apoyo con las tareas, ya que en sus casas no tienen tiempo o el apoyo suficiente. Además, comen allí, labor importante del centro porque no siempre los niños siguen una alimentación adecuada o no comen tan abundante como en sus casas. Ayudándoles, dándoles apoyo y queriéndoles es una forma muy bonita de hacer la misión y llevar el mensaje de Dios. Ver la realidad en la que se encuentran y dándoles cariño y amor, es muy gratificante. Pero no solo eso, sino que también estoy aprendiendo distintas maneras de ayudarles, a desarrollar la imaginación porque tengo que buscar otra forma de poder explicarles lo que no entienden o aprender métodos novedosos y didácticos que los educadores me enseñan.

En resumen, esto es lo que en los casi dos meses que llevo aquí he visto y oído, como dice el lema del Domund de este año, estoy viviendo una experiencia increíble, humana y de fe. Estoy muy contento.

Un fuerte abrazo para todos.

Pedro.

 Discípulos y discípulas itinerantes_OSCAR GONZÁLEZ_Trifrontera amazónica (Perú, Colombia, Brasil)

En el mes de agosto participé de nuestro encuentro anual en Manaos. Fueron unas semanas bonitas de reencuentros, trabajo, tiempo de descanso, compartir reflexiones y oraciones... En el Equipo Itinerante tenemos 2 núcleos, por lo tanto, estos encuentros anuales sirven para ponernos al día, programar los próximos meses y soñar el futuro.

Ahora estamos en Iquitos, en la selva peruana. Llegué hace unas semanas con Geni, religiosa de Verbum Dei que, en otoño de 2019, después del Sínodo de la Amazonía, estuvo en Menorca. De aquí vamos al Vicariato de Requena, allí nos espera el obispo Joan Oliver, un valenciano que desde hace unos 15 años es obispo. En este vicariato de 80,000 km2, casi no hay carreteras, lo atraviesa el Amazonas y los diferentes afluentes. Son regiones muy aisladas donde la presencia de la iglesia es muy escasa o nula. Por lo tanto, queremos ir con un pequeño equipo misionero del vicariato para conocer y hacer presencia. Estas itinerancias no son para evangelizar o hacer catequesis... la puerta de entrada siempre es escuchar las necesidades y compartir su vida. Y tratar de que, como iglesia, seamos cercanos a sus problemas y podamos sumar, en su discernimiento, en las posibles soluciones.

Queremos llegar a las comunidades indígenas Matsés y Kapanahua. Están a su frontera entre Perú y Brasil, una gran región aislada y cada vez con más presión de leñadores, buscadores de oro, narcotráfico... Perú es el segundo productor de cocaína, después de Colombia, y estos ríos-carreteras sirven para sacar la cocaína hacia Brasil. Así que las comunidades indígenas son las más afectadas con la invasión de sus territorios.

Vamos con mucha ilusión porque el Equipo Itinerante nunca ha visitado esta región, por lo tanto toda la articulación para hacer posible la itinerancia se construye desde cero: pensar objetivos, conocer su región con mapas, libros de consulta, entrevistas, hacer los contactos para poder entrar -parar entrar en casa de alguien siempre debe hacerse con el consentimiento de quienes la habitan, y con más razón en tierras indígenas-, crear el pequeño equipo misionero local que acompañará ... por esto una itinerancia siempre supone un tiempo de preparativos.

¿Cómo lo debían hacer los primeros discípulos?: "los envió de dos en dos delante de sí, en cada pueblo y en cada lugar por donde él había de ir". Jesús daba unas mínimas indicaciones, ligeros de equipaje: "No toméis nada para el camino, ni bastón, ni pan, ni alforja, ni dinero en la bolsa. Calzarse sólo sandalias, pero no os llevéis dos túnicas”. Tenían la fuerza del Espíritu. Seguro que los discípulos estaban con una mezcla de ilusión e inseguridad por lo que encontrarían. Seguro que, de vez en cuando, uno de los dos quería hacer las cosas de manera diferente del otro y deberían ponerse de acuerdo. O quizás un discípulo querría quedarse unos días más en aquella familia que tan bien los acogía, mientras el otro querría ponerse de nuevo en camino.

Nosotros, en estos tiempos vamos más equipados, nos hacen falta más seguridades para iniciar. Pero queremos ser fieles y tratamos de escuchar las enfermedades del siglo XXI, tratamos de transmitir y dar su paz, de hacer el bien, de anunciar, con nuestro testimonio, el amor... A veces nos entran las dudas: en las itinerancias tenemos la tentación de querer llenar de "cosas” el tiempo, los días que pasaremos: hacer esta charla, preparar esta reunión sobre el Sínodo, hacer una pequeña reunión para escuchar la Palabra… y nos olvidamos de sencillamente ESTAR, COMPARTIR.

Seguro que los discípulos estaban con una actitud de escucha, tenían que ofrecer, pero seguro que, con sensibilidad, se ponían con una actitud de presencia gratuita. Sin querer hacer grandes cosas, ni grandes discursos. Con su capacidad de "saber perder el tiempo" en la conversación con los demás.

Y me imagino estos encuentros de los discípulos, cada cierto tiempo, con Jesús. Volviendo de las itinerancias y contando lo que habían visto y oído y que guardaban dentro del corazón, como la madre de Jesús. Seguro que tenían debates y opiniones diferentes en torno a: ¿seguir itinerando por los pueblos o quedar insertados en aquellos lugares donde nos han recibido bien y el mensaje ha caído en tierra buena? Unos discípulos quizás querrían quedar insertados, pensando que así podrían ayudarles a crecer en su fe. Otros quizás opinarían que debían seguir sembrando por los márgenes de los caminos, donde las heridas están más abiertas... qué debates más interesantes. Jesús seguro que los escuchaba y acogía con ternura lo que los discípulos exponían. Esto sería "materia" para orar a solas en el desierto. Nosotros lo que vemos y sentimos también lo compartimos con Jesús y tratamos que el Espíritu nos ayude a marcar el camino y el estilo de presencia.

Yo, después de 17 años insertado en Honduras, donde las heridas humanas y sociales están a flor de piel, quiero itinerar. Quiero ir de dos en dos, por los caminos de esta Amazonia y recorrer pueblos y comunidades, tratar de transmitir paz, amor, ternura y acoger el dolor causado por sus enfermedades humanas y sociales de este tiempo. Y ante aquellos hombres y mujeres que seguían a Jesús, me siento pequeño y lleno de inseguridades. Pero también me siento llamado a comunicar lo que he visto, oído y sentido, un Dios que se enamora de los pequeños y que es VIDA. Y es que en la Amazonía hay mucha vida.

 

Oscar González Marquès

El Equipo Itinerante es una apuesta interinstitucional e intercongregacional que trabaja desde 1998 en la Amazonía con los pueblos indígenas, ribereños y excluidos de la ciudad. Claudio Perani SJ formulaba la propuesta metodológica así a los primeros itinerantes: «Anden por la Amazonia y escuchen lo que el pueblo habla: sus demandas y esperanzas, sus problemas y soluciones, sus utopías y sueños. Participen de la vida cotidiana del pueblo. Anoten y registren cuidadosamente todo, con las mismas palabras del pueblo. No se preocupen por los resultados, el Espíritu irá mostrando el camino. ¡Coraje! Comiencen por donde puedan».

 





 

Reflexiones alrededor del mensaje del papa Francisco par el DOMUND 20121

De nuevo, la jornada del DOMUND me  recuerda que un día fui misionero.  Es algo que a todos nos llena de satisfacción, independientemente de que lo hiciéramos bien o mal, de nuestros aciertos o errores. A pesar de los años sigue siendo un día especial, como nuestro santo o nuestro cumpleaños.

Este año el papa nos ha regalado un mensaje, que a los miembros de Ocasha-CCS nos debe llegar a lo más profundo de nuestro corazón (Mensaje del Papa Francisco para el DOMUND 2021 | OMP).

Comienza diciendo: "Cuando experimentamos la fuerza del amor de Dios, cuando reconocemos su presencia de Padre en nuestra vida personal y comunitaria, no podemos dejar de anunciar y compartir lo que hemos visto y oído", una cita que nosotros sentimos tan cercana.

¡Cuantos recuerdos! ¡Cuantas páginas se podrían llenar con todo lo que hemos visto y oído en estos años!

Aunque estaría mal llamarlo recuerdos, porque sigue vivo, forma una parte inseparable de nuestro ser, y, de vez en cuando, nos golpea con fuerza para recordarnos que tenemos la obligación de compartir lo que hemos visto y oído con los que nos rodean. 

Porque yo he visto grandes prodigios. He visto la alegría, la generosidad, el sacrificio, la disponibilidad en aquellas hermanas que vivían en el medio de la selva atendiendo a los indígenas, He sentido la religiosidad, el compromiso, de aquellas seglares que vivían en una casita, por cierto llena de murciélagos por la noche, al lado del Orinoco. He visto a mi obispo compartir su casa con los indígenas que venían a vender cestas a la ciudad. Y muchos prodigios más.

Ahora, que estoy escribiendo esto, se me agolpan las imágenes, sus voces llenan mi cabeza. Como a todos vosotros, supongo.

¿Y luego?, ¿al volver a España?, han sido muchos años, muchos testimonios. Estoy profundamente agradecido de haberos conocido, he visto en cada uno de los miembros de OCASHA-CCS la presencia de Cristo, os lo digo de corazón y sin ánimo de adularos. Cada  uno a su modo, pero vuestras historias merecen ser contadas y, si fuéramos capaces de transmitir todo lo que hemos visto y oído, todo lo que hemos sido y somos sin duda seriamos capaces de cambiar muchas cosas.

En otra parte del mensaje el Papa nos dice: "Contemplar su testimonio misionero nos anima a ser valientes y a pedir con insistencia «al dueño que envíe trabajadores para su cosecha» (Lc 10,2), porque somos conscientes de que la vocación a la misión no es algo del pasado o un recuerdo romántico de otros tiempos.

En alguna ocasión, hemos oído que nos seguíamos reuniendo por nostalgia, por sentirnos a gusto. No es cierto. Con nuestra dificultades y limitaciones seguimos manteniendo esa vocación misionera.

Y no puedo terminar sin recordar otra parte del mensaje: "Es su Palabra la que cotidianamente nos redime y nos salva de las excusas que llevan a encerrarnos en el más vil de los escepticismos: “todo da igual, nada va a cambiar”. Y frente a la pregunta: “¿para qué me voy a privar de mis seguridades, comodidades y placeres si no voy a ver ningún resultado importante?”,". Frente a esa pregunta que, quizás, nos formulamos cada día, la respuesta, como individuos o como asociación, la tenemos reflexionando sobre lo que hemos visto y oído.

Felipe Ranilla

Miembro de Ocasha CCS-Castilla La Mancha

Director de la Escuela de Misionología de Madrid




miércoles, 13 de octubre de 2021

5 años en Ecuador_Karina Hernández

Karina Hernández, compañera de Ocasha-CCS, de Jaén, que estuvo en República Dominicana y en Ecuador, nos cuenta qué ha estado haciendo estos cinco años y medio en Ecuador, ya sin Occs, pero igualmente sintiéndose misionera laica.

De este periodo de más de cinco años, los dos primeros, y algo más, los pasó en Tardelé, al sur del país, en la diócesis de Cuenca. Un pueblito de la sierra, a hora y media de la ciudad.

El trabajo lo realizó en la fundación de la diócesis, que tenía varias áreas de trabajo: con los mayores (una residencia) y con la infancia (una escuela, un instituto y una guardería). Su trabajo fue la de la capacitación de los equipos de trabajo de los proyectos, talleres, concientización… Este trabajo recibía el apoyo económico del MIES (Ministerio de Inclusión Económico Social, que sería como el de asuntos sociales en España). 

Con el tiempo, sintió que su trabajo estaba finalizando, pues los equipos ya estaban en condiciones de continuar solos y el apoyo del MIES daba un soporte importante, lo que era positivo, pues era el propio Estado ecuatoriano el que apoyaba el trabajo que se realizaba con la población más desfavorecida.

Pero el vicario de la diócesis le pidió que pasara a desempeñar otra labor, en la pastoral de la movilidad humana y Cáritas. Y ahí ha estado los últimos tres años, que también han sido los más duros, pues a principios del 2019 fue el momento en el que empezó a llegar la emigración venezolana. Muchas personas del país vecino veían en Cuenca un lugar donde poder comenzar una nueva vida, pues Cuenca es una ciudad tranquila, bien comunicada, dedicada al turismo… Esta ciudad se convirtió, con el tiempo, en una de las ciudades del país con más inmigración. También de colombianos, pero sobre todo (95%), de venezolanos. Algunos venezolanos se quedan y otros, siguen su tránsito hasta Perú.


La Cáritas diocesana comienza a recibir apoyo de Manos Unidas, en septiembre de 2019, pero llega el confinamiento y todo el mundo debía encerrarse en casa. Fue un mazazo, porque la mayoría de la inmigración se dedicaba a la economía informal. O se arriesgaban a contraer el virus en la calle o a morirse de hambre en sus domicilios. Así que, básicamente, la Cáritas diocesana fue la que se mantuvo en la calle, dando apoyo material (ayudas a la alimentación y ayudas para el pago de arriendos) y apoyo psicosocial a través de teléfono y whatsapp.

El equipo lo formaban, con ella, 3 voluntarios venezolanos: dos médicos y una enfermera. Todos los días se acercaban al Mercado 9 de Octubre  para llegar a las personas que estaban en la calle, intentando ganarse la vida como podían.


Fue un periodo muy duro, pero cuando se levantó el confinamiento las cosas no mejoraron pues la población no quería comprar en la calle, no quería tocar los productos. Como la situación no mejoraba, el apoyo a la Cáritas diocesana lo continuó Cáritas Europa y Cáritas Alemania. Con esta ayuda se pudo aumentar el equipo con personal psicológico, jurídico y social. Pero el trabajo se seguía multiplicando. Había un toque de queda de 7 p.m. hasta las 5 a.m., pero las personas migrantes se lo saltaban, pues llegaban a la oficina de Cáritas a las 3 o a las 4 de la mañana para hacer cola para ser atendidas; y la policía detenía a quien se saltaba el toque de queda. Pero estas personas estaban desesperadas; necesitaban ayuda.

Cuenca es una ciudad donde las noches son frías y húmedas, lo que da una idea de la necesidad de la gente, que se saltaba el toque de queda, que pasaba frío...porque Cáritas era el único lugar donde se atendía cara a cara. Fue un tiempo de hacer equipo, de replantearse muchas cosas, de escuchar mucho...


En estos momentos siguen llegando venezolanos al país y la situación en la que llegan es peor. Los primeros venezolanos eran personas que pudieron vender sus propiedades, prepararse para el viaje y que tenían un nivel cultural o de estudios elevado. Pero los que llegan ahora son personas que han trabajado para el régimen venezolano, pero tanto se ha degradado la situación en Venezuela, que hasta estas personas están saliendo, pero llegan con muy poco.


En toda esta situación, los propios ecuatorianos, los ecuatorianos más vulnerables, han visto agudizarse su situación económica y, como consecuencia de ver cómo se ayudaba a los venezolanos, se han dado casos de xenofobia, que ha habido que contrarrestar con mucha pedagogía de la caridad.


Los inmigrantes han sufrido abuso laboral, se ha detectado la brecha digital entre la infancia escolarizada, que no tenía forma de conectarse con su escuela. Tiempo perdido.


Antes de la pandemia ya se habían cerrado las fronteras. Perú incluso llevó al ejército a la frontera. Aunque eso no ha impedido que sigan llegando. Ese cierre de fronteras solo ha facilitado el crecimiento de las mafias: más trata, tránsitos más peligrosos, coimas a los militares…


¿Y ahora, qué? Pues con el equipo ampliado en la pastoral de la movilidad, Karina sintió que se cerraba un ciclo en su estancia en la sierra. Y en diálogo con Antonio y Ana, compañeros también de Occs en Manta (Ecuador), decidió que su lugar, ahora, podía estar en la archidiócesis de Portoviejo, que es una diócesis más humilde que la de Cuenca y que también necesita apoyo con la inmigración. 


Pero esa es ya otro capítulo de la historia que nos contará en otro momento.