domingo, 17 de noviembre de 2019

NOTICIAS DESDE SABANETA

La vida es una continua aventura, no cabe duda. Estar colaborando en un centro educativo que lleva este nombre, siempre me ha parecido uno de esos guiños que nos hace Dios en los recodos de nuestros caminos.

Aún no llevo un año aquí, así que poco a poco voy tomando el pulso y conociendo esta nueva realidad. Aventura nació primero en las mentes y corazones de unos cuantos soñadores y vio la luz por primera vez el 15 de octubre de 2012. Intenta dar respuesta a una necesidad muy concreta de las comunidades de la Cuenca Alta del Río San Juan, en la Cordillera Central de República Dominicana: conseguir terminar la educación primaria y secundaria sin tener que salir de la zona, sin tener que separar familias, sin tener que vivir calladas historias infantiles de dolor…




Es un internado pobre, para niños y adolescentes pobres. Realmente nos conviene ser así, porque así tenemos la oportunidad de seguir a un Cristo pobre. No queremos perder el norte; no queremos deslumbrar, ni dejarnos deslumbrar,  con edificaciones fabulosas o despliegue de vistosos recursos pedagógicos. Simplemente queremos ser fieles a nuestra misión de llevar esperanza y fe a tantas familias, a través de la educación.




En estos 7 años, los alumnos se han triplicado. Con ellos, se triplican las ilusiones, los retos, las historias de vida, las posibilidades… Se triplica la aventura del vivir. Somos una gran familia. A veces, como todas las familias,  andamos un poco agobiados por la escasez de recursos, por la escasez de originalidad, por la escasez de paciencia. Es entonces cuando, una vez más, resuenan en nuestro interior las palabras de Jesús: “No anden agobiados pensando qué comerán, qué beberán o con qué se vestirán. Ustedes, busquen primero el Reino de Dios y su justicia y lo demás se les dará por añadidura”.




Aventura es una obra de fe, que tiene la peculiaridad de seguir alimentando la fe de los que allí vivimos. Por todo lo dicho, me considero muy afortunada al poder estar este tiempo en este lugar del mundo. No sé cuánto tiempo estaré en esta parroquia y en este internado. Cuando se llega a mi edad, cada vez se hacen menos planes y dejamos que sea Dios quien los haga en nuestras vidas. Seguiré por aquí hasta que Él quiera. Ya se encargará de hacérmelo saber. Mientras tanto, a disfrutar de esta gran aventura que se llama Aventura. Es parte del ciento por uno prometido. ¡Qué suerte tenemos los misioneros! Gracias Señor por el regalo de la vocación. 

Parafraseando a Kavafis, solo pido que mi camino sea largo, lleno de aventuras y de experiencias y lleno de mañanas de verano (y aquí  en el Caribe, el verano es casi permanente) en que llegue a puertos nuevos y desconocidos, sabiendo que Tú siempre estás en cada uno de ellos; ahuyentando siempre a los lestrigones, a los cíclopes y hasta al mismo colérico Poseidón. Señor, sigue regalando vida a esta pequeña porción de tu mies. 

No se me ocurre nada más que decir. Creo que no he llegado al número de palabras que me indicaron escribiera. Por eso, os invito a que las completéis vosotros, viniendo por aquí y disfrutando de unos paisajes incomparables, unas personas entrañables y una vivencia espiritual única. Os espero.   Marta


lunes, 23 de septiembre de 2019

Video reflexión

Después de más de dos años en Rep. Dominicana, aquí un pequeño video con fotos

disfrutadlo


domingo, 22 de septiembre de 2019

NUEVOS PROFETAS


Cuando escuchas en silencio el llamado de Dios, reflexionas sus enseñanzas; y eres capaz de abrir los ojos al hermano sufriente, casi con seguridad y en coherencia atenderás el clamor de los pobres y pondrás rostros a las diferentes expresiones de la pobreza.  Manta, ciudad pequeña, costanera, acogedora, cálida, obrera,… es el tercer destino por preferencia de nuestros hermanos venezolanos que siguen huyendo forzosamente de sus hogares ante la imposibilidad de cubrir sus necesidades básicas, como son agua, alimentos, salud, educación, seguridad… derechos humanos.
Como Cáritas Manta estamos dando pequeños pasos de manera coordinada con las parroquias eclesiales de la ciudad para, en la medida de nuestras posibilidades, tender la mano y aliviar el sufrimientos y la cruz que viven y cargan tantas familias. Abrimos un comedor que atiende entre 150 y 170 personas diarias, un refugio para mujeres y niños, en coordinación con otra institución un centro de atención para atender a los niños de estas familias, mientras  buscan trabajo o venden cualquier cosita, y ahora queremos organizar equipos de salida nocturna para atender a las familias que duermen en las calles.

Esta semana tuvimos el regalo de asistir en Quito, a un encuentro de todas las instituciones de la iglesia que estamos realizando algún tipo de atención con la población que sigue llegando. Esta red se denomina “RED CLAMOR”. La idea era compartir experiencias, formarnos y coordinar actuaciones.

Los ponentes eran impresionantes personas que como iglesia están trabajando a niveles de naciones unidas o en la política nacional. Nos ayudaron a reflexionar y conocer el panorama a nivel jurídico y político que se nos viene y de qué forma va a influir en la indefensión de las cientos de personas que siguen llegando.
Pero si la formación fue buena, los testimonios que abiertamente o entre pasillos íbamos conociendo eran impresionantes. Dignos de profetas del siglo XXI, misioneros que abren sus vidas, sus casas, sus bienes y los ponen al servicio de los más necesitados. Fue así que conocimos el testimonio de una religiosa cuya congregación después de mucha oración y reflexión ha cambiado hasta sus estatutos fundacionales, cambiando su servicio desde la enseñanza por la acogida, posada, cuidado y orientación de familias migrantes y mujeres solas o con niños. Hoy día su gran colegio se convirtió en un centro de acogida en el centro de Quito dando el testimonio de que cuando uno se abre al espíritu de Dios y realmente se pregunta: “¿Señor qué quieres de mí?” ,sólo hace falta valentía y romper las comodidades y seguridades para ser testigos del amor de Dios.
También encontramos un padrecito que salía cada tarde con su camioneta y un grupo de jóvenes a recoger a esas familias que vienen caminando con sus pocas pertenencias. Los acogen, los llevan a un albergue, les curan las heridas de sus pies y les ofrecen una comida calentita. Mientras oíamos su historia me acordaba una y otra vez de la parábola del Buen Samaritano. Religiosos que abren sus capillas en la noche como centros para descansar y reposar, religiosas que ceden sus casas cerradas para que desde Cáritas u otras congregaciones hagamos centros de acogida, laicos super comprometidos en frontera, coordinando a un lado y otro de la misma para intentar evitar la trata de personas, la vulnerabilidad del que no tiene nada,…
No podíamos evitar que se nos escaparan las lágrimas oyendo testimonios de situaciones inimaginables. Como a los apóstoles en el camino de Emaús sentíamos como se encendían nuestros corazones, cómo algo latía de manera especial por dentro. Cómo el llamado a servir y a animar a que otros sirvan iba a ser un fuego que llevar de vuelta a nuestros lugares de trabajo.
Ante todo lo vivido sólo una palabra nace de nuestra oración: GRACIAS, mil gracias a todos por vuestras palabras, gracias por el tiempo compartido, gracias por vuestras ganas de transformar el mundo, por ser profetas de este tiempo; y como no, gracias a Dios, por permitir que desde nuestras debilidades sigamos siendo testigos de la inmensidad de su amor en el océano de la Vida.


domingo, 9 de junio de 2019

Los jóvenes j.r.f. nos hablan de su vida

Hola a todos,

Hemos estado ausentes del blog durante demasiado tiempo...

Durante un año, con el programa jóvenes rompiendo fronteras, del servicio jesuita a migrantes hemos trabajado con los jóvenes sus historias de vida.

Ha sido un tiempo personal difícil, escuchar muchos de los relatos nos ha puesto de manifiesto lo duro de sus vidas y por otro nos ha reafirmado en que nuestra misión tiene que estar al lado de estas personas.

Hoy no queremos escribir mucho nosotros, preferimos que hablen los jóvenes, por eso les compartimos dos de sus historias de vida, que para nosotros, muestran la dureza y las consecuencias de la migración:

Cuando estás en otro país no hay quién te defienda

"Yo nací en la ciudad de La Paz, vivía allá y era feliz.

Recuerdo muy bien el primer día de Kinder cuando me dejaron en el patio no lloré, es más me hice de amiguitas y la pasé muy bien. Mi Unidad Educativa estaba cerca a la Plaza Villarroel, estudié allí hasta 6to de Primaria y me gustaba mucho, estaba acostumbrada a mi curso y mis compañeros.

Ese año mi papá tuvo que irse a la Argentina a trabajar porque nuestra situación económica estaba mal, se llevó a mis hermanos mayores para que trabajen con él en albañilería y nos quedamos mi mamá, mi hermanito menor y yo.

Fue una época muy triste para nosotros, lo extrañábamos mucho y especialmente yo me sentía triste porque veía a mi mamá llorar todos los días tratando de sacarnos adelante. Como no vivíamos en una casa propia un día nos votaron y tuvimos que buscar dónde vivir, encontramos unos cuartos y fuimos ahí con algunas de nuestras cosas, el resto lo trajimos a El Alto. 

Pasaron varios años desde que mi papá y mis hermanos se fueron y en todos esos años no pudimos verlos, como la situación se puso más difícil nos trasladamos aquí a El Alto y cambié de colegio. Todo me parecía extraño y me impactó un poco el cambio, pero poco a poco logré adaptarme y seguir con mis estudios. 

El año 2014 mi mamá decidió que nos fuéramos a la Argentina a vivir con mi papá, alguien le había dicho que allá todo era mejor y que incluso sería fácil que nos inscribiera en el colegio. Cuando llegamos a Villazón me quedé asombrada de ver la diferencia entre el lado boliviano y el lado argentino, me pareció emocionante que se pueda cambiar de un país a otro con solo caminar y ¡cuánta gente llevando y trayendo mercadería!

Cuando llegamos a la capital mi hermano y mi papá nos estaban esperando, al salir del bus nos abrazamos fuerte y lloramos mucho. Mi hermano nos llevó a su departamento y allí estuvimos viviendo contentos. Aprendí a salir sola, a comprar en las tiendas y a ir al colegio. Al principio todo era extraño pues ni en el colegio entendía bien lo que me decían, sólo tenía una amiga que era boliviana y los demás no nos hablaban. Pero igual estaba contenta.

Poco a poco empecé a darme cuenta de la realidad, tan lindo y ordenado que era todo pero al mismo tiempo muy peligroso, un día me asaltaron con una pistola para quitarme el celular, mis papás no tenían papeles para que yo pueda estudiar así que me sacaron del colegio, me llevaron a trabajar en el taller de costura de mi hermano pero daba miedo porque era clandestino y una vez llegaron los policías nos pidieron que les demos una parte de las pendas que habíamos hecho y además mi hermano les tuvo que dar 7000 pesos para que no lo arresten, con eso se fueron tranquilos pero ya nos tenían vigilados.

Inventamos un sistema con mi familia para protegernos porque cuando estás en otro país no hay quién te defienda, cada uno iba a una esquina a vigilar si había policías para poder entregar las prendas sin que nos molesten. Lo más curioso es que eran los mismos argentinos los que nos contrataban para hacer la mercadería. Trabajábamos mucho y ganábamos lo suficiente para estar bien, pero la gente a veces nos trataba mal, tal vez porque nosotros somos muy callados nos costaba integrarnos y eso hacía que nos aíslen.

Mi mamá se dio cuenta de que no era una buena vida para mí y mi hermanito, que era importante que podamos estudiar y estar seguros, de esa manera fue que volvimos a Bolivia, otra vez a vivir a El Alto. Aunque en la Argentina ganábamos más dinero y podíamos tener muchas cosas, aquí estamos mejor".

(Rossi Isabel, 18 años) 

Cuando mi mamá se alistaba para irse, me enredaba en sus trenzas

"Nací en agosto del año 2000 en la comunidad José Manuel Pando, Provincia Pacajes del Departamento de La Paz. Viví con mi familia ahí hasta mis 5 años y luego tuve que vivir en Achocalla, allí viví solo durante dos años porque mis papás trabajaban haciendo estuco, así que contrataban una niñera o una empleada para que me cuide, generalmente esa persona venía a mi casa, cocinaba y recogía el cuarto, nada más, luego se iba y yo me quedaba solo en el cuarto el resto del día.

Luego mi mamá consiguió una casita en Charapaqui Segundo y me llevó a vivir ahí, fue donde tuve que aprender a ser más independiente porque ya estaba completamente solo, ya no había niñera o empleada. Tuve que aprender a cocinar, a limpiar mi cuarto, a lavar, ahí aprendí a hacer muchas cosas. En esa casita viví desde mis 7 años hasta los 9 años.

Un día normal para mí en esa época consistía en levantarme temprano, hacer el desayuno, irme al colegio, volver a las 12 a cocinar algo para mi almuerzo. Después de comer me ponía a hacer mis tareas y como los otros niños me salía a la calle a jugar fútbol. Volvía casi de noche, a veces a terminar las tareas.

Mi mamá me mandaba dinero para mis gastos, generalmente yo compraba los alimentos para cocinar. Mi plato típico era arroz con huevo, luego aprendí a cocinar otras cosas. A veces mi mamá venía los fines de semana y compraba más alimentos, o lavaba mi ropa, esto generalmente ocurría los domingos, llegaba temprano en la mañana y se iba por la tarde. Creo que nunca tuve miedo de quedarme solo, no recuerdo bien, desde pequeño mi mamá me dio un celular para que esté comunicado con ella. Cada mañana ella me llamaba a las 6:30 como mi despertador para que no me duerma y no falte al colegio.

Pese a que no me daba miedo estar solo extrañaba mucho a mi familia, pero entendía por qué mis papás estaban lejos y sólo me visitaban los fines de semana, todo era cuestión del trabajo allí tenían un trabajo que les permitía mantenerse y mantenerme a mí en el colegio. Mi mamá siempre me decía - tienes que estar solo nomas hijito, te hemos traído aquí por el estudio porque allá no es lo mismo vos sabes – y bueno, tenía razón ellos querían que yo progrese sólo que esos años fueron terribles para mí.

Para nadie es fácil estar lejos de su familia, sin nadie que te acompañe, con una señora desconocida cada vez diferente, a veces cuando mi mamá ya se alistaba para irse otra vez me enredaba en sus trenzas, o me agarraba de ellas para que no se vaya y lloraba. Pero pese a todo los entendía y con mis amigos la cosa se hizo más llevadera y aprendí a pasarla bien.

Entre mis 8 y mis 9 años mi mamá convenció a una tía para que viva conmigo y me cuide, ella había tenido 2 bebés y mi mamá le ofreció que le mandaría todo lo necesario mientras viva conmigo. Pero mi tía aceptó sólo para cuidar a sus gemelas sin tener que trabajar ya que cuando fueron más grandecitas se fue y me dejó solo de nuevo.

Pese a que viví en el campo hasta mis 5 años y era muy niño recuerdo claramente a mis papás yendo a trabajar desde muy temprano, me gusta el campo, el aire tan puro, bastante libertad, aquí todo es cerrado y peligroso, allá todo es tranquilo. Extraño el campo, extraño vivir ahí. Voy allí en vacaciones especialmente para ver a mi abuelita.

Actualmente ya vivo con mis papás, mi mamá dice que se vino por mí porque cuando me dejaban solo tenía algunos problemas. Vivimos en una zona que ha cambiado mucho desde que llegué, antes era muy vacía, ahora tiene un centro de salud, el colegio está cerca, tiene canchas, las calles han mejorado y lo mejor es que hay bastante transporte público, antes tenía que ir a pie a todo lado. Mi zona tiene algunos problemas especialmente porque los jóvenes beben mucho, pero lo bueno es ahora es una zona relativamente segura.

Es muy curioso pero, pese a que extrañaba mucho a mi familia, cuando mis papás volvieron a vivir conmigo me sentía presionado, en sí porque antes me salía a jugar  salía con toda libertad pese que trataba de ser disciplinado y tenía mis horarios, de pronto tuve que empezar a pedir permiso y a dar explicaciones; sin embargo poco a poco me fui acostumbrando y adecuando a este nuevo modo de vida y mi mamá me entiende bien, confía en mí y sólo me pide que no le diga mentiras.

En el fondo ella entiende que pasé varios años de mi niñez solo y que ahora que soy grande ya no me puede tratar igual que a cualquier niño, porque no fui igual a cualquier niño, tuve que crecer prácticamente solo. Pese a esa soledad nunca odié ni me resentí con mis papás, escucho lo que me dicen, especialmente mi mamá me aconseja siempre y con acierto y sus recomendaciones me sirven mucho.

Un día llegó una invitación al colegio para que podamos participar en unos talleres y ser parte de un grupo llamado Jóvenes Rompiendo Fronteras, me alegro tanto de participar porque me ha servido mucho, he aprendido mucho, aprendí a valorar más las cosas, a ser más comunicativo, aprendí a entender y aceptar a mi familia. 

Mi historia es parecida a la de muchos jóvenes que tuvieron que separarse de su familia pero aprendí que es muy importante aprender a conocerla, hablar sobre ella, no todos sabemos o entendemos de dónde venimos, yo viví solo pero siempre traté de respetar a mis papás, hay muchos jóvenes que están lejos de sus familias pero no las entienden ni las valoran, no hacen caso a sus papás y esos sentimientos de soledad los llevan al alcoholismo y las drogas".

(José Luis, 17 años)

No hay muchos comentarios que hacer, les pedimos que cada uno de ustedes recuerden y recen por estos jóvenes marcados por una vida llena de dificultades y a pesar de lo cual, tienen unas ganas inmensas de salir adelante.

Hasta pronto

Milenka, José Adolfo y Nieves


jueves, 25 de abril de 2019

VUELTA A LA MISIÓN

Hace ya casi dos años que decidimos regresar a la Misión. Volvimos de nuevo a nuestro Ecuador, a la Arquidiócesis de Manabí; en concreto a la ciudad de Manta. Respondimos al llamado de la iglesia local manabita para apoyar e impulsar las Cáritas parroquiales en una gran zona con veintisiete parroquias. 

Hubo dos motivaciones principales en esta decisión de regresar: el terremoto de abril del 2016 que se cebó con esta provincia de forma especial y el querer dedicar unos años más como familia a esta tarea de llevar el mensaje de amor de Dios más allá de nuestras fronteras. 
Al principio estuvimos valorando cada uno de nosotros el dar este paso. Era volver a ponerse en las manos de Dios y saltar al vacío como familia, conscientes de nuestras debilidades, dejando siete años en España de trabajo, compromiso, amistades y familia grande. 

Fue una apuesta fuerte por la misión y la respuesta a un llamado. Dejamos nuestra diócesis de Jaén y fuimos enviados para insertarnos en la Arquidiócesis de Portoviejo. 
El primer año fue volver a conocer la realidad, acercarnos a las parroquias de toda la ciudad y pueblos cercanos, contactar con los equipos de Cáritas que ya existían y sobre todo adaptarnos como familia de nuevo a este proyecto misionero. 

Nos encontramos de frente con la realidad de la migración venezolana. Y junto a los MIES (Misioneros de la Esperanza) creamos un espacio de acogida y oración. Sus testimonio nos impactaron: dejarlo todo para huir del hambre, de la necesidad con sus múltiples rostros, esperando encontrar un lugar provisional; pues cada uno de ellos añora su tierra y sueña con el regreso cada día. Fuimos haciendo amigos entre ellos y buscando dar respuesta a esta necesidad urgente abrimos como Cáritas, con el apoyo de diez parroquias, el comedor "San Óscar Romero" en el centro de Manta. No sabemos cómo pero cada día comen más de cien personas y esto es posible gracias a la providencia de Dios y a la generosidad de los voluntarios de Cáritas y otros miembros de las parroquias cercanas. Ningún día hemos cerrado por falta de alimentos o manos que los preparasen. 
Junto a esta tarea de acogida damos apoyo a la Pastoral Penitenciaria un día a la semana en el Centro de Rehabilitación Social de El Rodeo, cerca de Portoviejo. Realizamos talleres de revisión de vida a los internos de la prisión que asisten, se les invita a rehacer sus vidas, analizar su camino y poner las bases para construir una vida nueva fuera de la reclusión, lejos de la droga y la delincuencia. 

Hemos apoyado también durante estos dos años al Seminario San Pedro de Portoviejo, dando clases de castellano a los chicos de Introductorio. Una experiencia muy bonita que nos ponía en contacto todas las semanas con otros miembros de nuestra diócesis. 
Recuperamos la presencia de la diócesis en la universidad de Manta donde hemos abierto un centro de escucha y orientación para los estudiantes y acompañamos con talleres de espiritualidad. Para ello firmamos un convenio interinstitucional por cinco años.
Así mismo establecimos un convenio para recuperar nuestra presencia en la atención a los enfermos en el hospital regional Rodríguez Zambrano; organizando equipos de visita a los enfermos y acompañamiento a las familias entre las cuatro parroquias más cercanas. En esta tarea encontramos muchas situaciones de indigencia, teniendo que actuar a través de ayudas económicas para la realización de análisis, pruebas médicas o recetas.
Hace un año nos mudamos a San Juan de Manta, un pueblecito que está a unos kilómetros de la ciudad. Nos acogió una casa en planta baja, amplia y luminosa, rodeada de jardines y otras instalaciones para la pastoral. Ha sido un año de hacer casi de párrocos pues sustituimos a una comunidad religiosa y nos ha tocado hacer de coordinadores de la catequesis, de catequistas cuando alguien faltaba, de jardineros, limpiadores de las capillas, formadores de padres y madres, rezadores de novenas, celebrantes de la palabra...Todas estas nuevas tareas, añadidas a la que ya teníamos en Cáritas, no nos ha dejado en los últimos tiempos tener espacio de familia y de poder cultivar las amistades. En este período volvemos a estar en momento de cambio, de mudanza. Volvemos de nuevo a la ciudad y dejamos de lado esta tarea que nos desborda y a la que sentimos que no damos el tiempo que necesita. 
A pesar de todo el cansancio nos sentimos bien, felices de poder aportar un granito de arena en la construcción del Reino, de poder ofrecer a nuestros hijos la experiencia de conocer su país siendo ya grandes, de dedicar este tiempo a la Iglesia de Jesús; que es la de los últimos, la de los que no tienen casi nada, la de los humildes y desposeídos. 
Para nosotros es un privilegio servir en esta tierra que nos acoge, sin más pretensiones que acompañar y ser un poco de levadura en la masa, que sólo Dios puede hacer crecer.

viernes, 19 de abril de 2019

MARICARMEN ESCRIBE DESDE JIPIJAPA

Hola a todos, ahí va mi  vivencia, relato de la misión en Jipijapa  

En nuestra acogida e integración con el pueblo manabita y con la comunidad de la Parroquia de Santa María Madre (Faes y Parrales)  y sus comunidades  ha sido desde el inicio de una manera sencilla y progresiva, cómo creo que ha de ser cuando se llega a un lugar y a una comunidad . El papel de los dos padres, padre Paco de la Cruz, párroco, y padre Miguel René,  ha sido clave  por su cercanía y por su interés en que conociéramos  la  comunidad y su caminar como comunidad creyente de la que se nos ha presentado su Programación Pastoral de la Diócesis y de la Parroquia:Año de la Solidaridad-Marzo 2019-Febrero 2020, dentro del Plan Pastoral.

El padre Paco nos propuso reunirnos de vez en cuando, y nosotros apoyamos el encontrarnos una vez  al mes para compartir cómo nos encontramos, cómo va nuestro caminar compartido… El día 21 fue ese primer encuentro. 

 Lo de la Programación me ha resultado algo denso y demasiado diversificado en actividades, pero que poco a poco espero  ir conociendo mejor su organización ( grupos,función,objetivos, sectorización…) y así ir  comprendiéndolo y conociendo en profundidad. Ha sido un tiempo de estar, observar, tomar nota, escuchar, callar, preguntar, participar en lo que nos piden y ofrecernos, un ir caminando, donde mi paso occidental más ligero ha tenido que desacelerarse e ir con más paciencia.

Hemos sido presentados a la comunidad parroquial, a los distintos grupos ( Catequesis, Grupo de jóvenes,  Red de mensajeros, Cáritas, Juan XXIII,) así como a algunas  comunidades o recintos : Julcuy, comunidad más antigua, Albarracal, Bella vista, El Anegado, El Beldaco, El Páramo…  de un total de 72 comunidades o recintos que son parte de la parroquia de Santa María Madre, responsabilidad de estos padres. Esas comunidades las he visitado acompañando a los padres que iban para celebrar misa, sepelio,  fiesta del santo de la comunidad… Casi siempre me he apuntado para ir con ellos a esos lugares, pues puede ser un campo de servicio, tarea. Estas realidades de pequeñas comunidades me han hecho revivir el servicio prestado en  Santa Rosa, Piaui.

Mi tarea o servicio aún no está definido, y quizás no va a estar aún  totalmente,  pues  debo estar  en ese tiempo de escucha, observación, conocimiento…, el padre párroco nos  ha sugerido nuestra presencia en las  zonas: Mike, en Faes y yo, en Parrales, con lo que estuvimos de acuerdo;  ver la posibilidad de tratar temas que interesen, preocupen a universitarios y/o jóvenes de un colegio, jóvenes, formación de catequistas, talleres de Cáritas…,oratoria (Talleres con niños por las vacaciones)  Viacrucis de los Viernes y nuestra primeras celebraciones de la Palabra. En este  momento  vamos participando en los últimos  grupos mencionados  y en las actividades de Cuaresma. Mi soltura en la celebración de la Palabra ha de mejorar y en ello estoy. El resto del tiempo lo dedico a visitar algunas familias, a la oración, a leer, a ir pensando y elaborando  temas  que voy a necesitar más adelante…

Acabando con las presentaciones deciros una  más oficial, la semana pasada en la que nos recibió el auxiliar eclesiástico, que hace las funciones de obispo, Monseñor Eduardo Castillo, quien había firmado nuestro compromiso misionero.

Hace unos días en  el recinto o aldea de San José a la que fuimos por motivo del día de la festividad del santo, a la que  acompañamos  en el Vía Crucis que estaban celebrando para finalizar con la celebración en honor de S.José “ tuve el honor de “sembrar  papaya” en la bajada a la comunidad por una ladera  pendiente y  resbaladiza por las lluvias de la noche anterior. Sólo fue un pequeño susto que luego se vio recompensado con ser participante, ¡y ganadora¡  en uno de los juegos que habían organizado.

Después de este tiempo aquí mujeres, familias que participan de las celebraciones en Santa María Madre  se acercan a saludarte, a preguntarte cómo nos encontramos y cómo nos tratan deseándote que te encuentres bien, siendo a veces muy conversadoras, sobre todo las mujeres ancianas que visitas pidiéndote que vuelvas para conversar.

Voy finalizar con las palabras con las  que me sorprendió una de las agentes de  pastoral, María Auxiliadora,  que atiende no sólo su comunidad, el Páramo, sino otras comunidades y/o recintos ,algunos no tan  cerca de ese lugar, que recorre andando, pues no tiene plata para hacerlo de otra manera, y que puede hacerlo porque su marido le da permiso para ello, según me dice uno de los  padres. Al llegar a aquella comunidad me dirijo hacia ella para saludarla y le pregunto ¿Es usted la catequista de esta comunidad? Y responde: “Hago cualquier cosita ;pausa; sigo a Jesús” le dirigí una sonrisa  de complicidad, pues no me salían palabras.

Besos y abrazos.
   

PRESENTACIÓN MARTA


Hola a todos. 

Soy Marta, de Madrid.  

En enero volví a República Dominicana, después de cuidar 7 años a mis padres. Estoy en un internado en la Cordillera Central del país situado en medio de pequeñas comunidades campesinas de la parroquia de Sabaneta, en la provincia de San Juan.  Mi labor es trabajar con el equipo de gestión del centro, para ofrecer una educación de calidad. Es un internado pequeño, con 77 alumnos repartidos en 8 cursos.


Mi vuelta a las comunidades de la loma ha sido uno de los momentos más entrañables de mi vida misionera. Aquí hay un dicho: "el buen hijo a su casa vuelve ". La sensación es que he vuelto a mi casa, a una de esas cien que el Señor nos regala en nuestra vida. Seguimos en contacto.  

Marta