domingo, 9 de junio de 2019

Los jóvenes j.r.f. nos hablan de su vida

Hola a todos,

Hemos estado ausentes del blog durante demasiado tiempo...

Durante un año, con el programa jóvenes rompiendo fronteras, del servicio jesuita a migrantes hemos trabajado con los jóvenes sus historias de vida.

Ha sido un tiempo personal difícil, escuchar muchos de los relatos nos ha puesto de manifiesto lo duro de sus vidas y por otro nos ha reafirmado en que nuestra misión tiene que estar al lado de estas personas.

Hoy no queremos escribir mucho nosotros, preferimos que hablen los jóvenes, por eso les compartimos dos de sus historias de vida, que para nosotros, muestran la dureza y las consecuencias de la migración:

Cuando estás en otro país no hay quién te defienda

"Yo nací en la ciudad de La Paz, vivía allá y era feliz.

Recuerdo muy bien el primer día de Kinder cuando me dejaron en el patio no lloré, es más me hice de amiguitas y la pasé muy bien. Mi Unidad Educativa estaba cerca a la Plaza Villarroel, estudié allí hasta 6to de Primaria y me gustaba mucho, estaba acostumbrada a mi curso y mis compañeros.

Ese año mi papá tuvo que irse a la Argentina a trabajar porque nuestra situación económica estaba mal, se llevó a mis hermanos mayores para que trabajen con él en albañilería y nos quedamos mi mamá, mi hermanito menor y yo.

Fue una época muy triste para nosotros, lo extrañábamos mucho y especialmente yo me sentía triste porque veía a mi mamá llorar todos los días tratando de sacarnos adelante. Como no vivíamos en una casa propia un día nos votaron y tuvimos que buscar dónde vivir, encontramos unos cuartos y fuimos ahí con algunas de nuestras cosas, el resto lo trajimos a El Alto. 

Pasaron varios años desde que mi papá y mis hermanos se fueron y en todos esos años no pudimos verlos, como la situación se puso más difícil nos trasladamos aquí a El Alto y cambié de colegio. Todo me parecía extraño y me impactó un poco el cambio, pero poco a poco logré adaptarme y seguir con mis estudios. 

El año 2014 mi mamá decidió que nos fuéramos a la Argentina a vivir con mi papá, alguien le había dicho que allá todo era mejor y que incluso sería fácil que nos inscribiera en el colegio. Cuando llegamos a Villazón me quedé asombrada de ver la diferencia entre el lado boliviano y el lado argentino, me pareció emocionante que se pueda cambiar de un país a otro con solo caminar y ¡cuánta gente llevando y trayendo mercadería!

Cuando llegamos a la capital mi hermano y mi papá nos estaban esperando, al salir del bus nos abrazamos fuerte y lloramos mucho. Mi hermano nos llevó a su departamento y allí estuvimos viviendo contentos. Aprendí a salir sola, a comprar en las tiendas y a ir al colegio. Al principio todo era extraño pues ni en el colegio entendía bien lo que me decían, sólo tenía una amiga que era boliviana y los demás no nos hablaban. Pero igual estaba contenta.

Poco a poco empecé a darme cuenta de la realidad, tan lindo y ordenado que era todo pero al mismo tiempo muy peligroso, un día me asaltaron con una pistola para quitarme el celular, mis papás no tenían papeles para que yo pueda estudiar así que me sacaron del colegio, me llevaron a trabajar en el taller de costura de mi hermano pero daba miedo porque era clandestino y una vez llegaron los policías nos pidieron que les demos una parte de las pendas que habíamos hecho y además mi hermano les tuvo que dar 7000 pesos para que no lo arresten, con eso se fueron tranquilos pero ya nos tenían vigilados.

Inventamos un sistema con mi familia para protegernos porque cuando estás en otro país no hay quién te defienda, cada uno iba a una esquina a vigilar si había policías para poder entregar las prendas sin que nos molesten. Lo más curioso es que eran los mismos argentinos los que nos contrataban para hacer la mercadería. Trabajábamos mucho y ganábamos lo suficiente para estar bien, pero la gente a veces nos trataba mal, tal vez porque nosotros somos muy callados nos costaba integrarnos y eso hacía que nos aíslen.

Mi mamá se dio cuenta de que no era una buena vida para mí y mi hermanito, que era importante que podamos estudiar y estar seguros, de esa manera fue que volvimos a Bolivia, otra vez a vivir a El Alto. Aunque en la Argentina ganábamos más dinero y podíamos tener muchas cosas, aquí estamos mejor".

(Rossi Isabel, 18 años) 

Cuando mi mamá se alistaba para irse, me enredaba en sus trenzas

"Nací en agosto del año 2000 en la comunidad José Manuel Pando, Provincia Pacajes del Departamento de La Paz. Viví con mi familia ahí hasta mis 5 años y luego tuve que vivir en Achocalla, allí viví solo durante dos años porque mis papás trabajaban haciendo estuco, así que contrataban una niñera o una empleada para que me cuide, generalmente esa persona venía a mi casa, cocinaba y recogía el cuarto, nada más, luego se iba y yo me quedaba solo en el cuarto el resto del día.

Luego mi mamá consiguió una casita en Charapaqui Segundo y me llevó a vivir ahí, fue donde tuve que aprender a ser más independiente porque ya estaba completamente solo, ya no había niñera o empleada. Tuve que aprender a cocinar, a limpiar mi cuarto, a lavar, ahí aprendí a hacer muchas cosas. En esa casita viví desde mis 7 años hasta los 9 años.

Un día normal para mí en esa época consistía en levantarme temprano, hacer el desayuno, irme al colegio, volver a las 12 a cocinar algo para mi almuerzo. Después de comer me ponía a hacer mis tareas y como los otros niños me salía a la calle a jugar fútbol. Volvía casi de noche, a veces a terminar las tareas.

Mi mamá me mandaba dinero para mis gastos, generalmente yo compraba los alimentos para cocinar. Mi plato típico era arroz con huevo, luego aprendí a cocinar otras cosas. A veces mi mamá venía los fines de semana y compraba más alimentos, o lavaba mi ropa, esto generalmente ocurría los domingos, llegaba temprano en la mañana y se iba por la tarde. Creo que nunca tuve miedo de quedarme solo, no recuerdo bien, desde pequeño mi mamá me dio un celular para que esté comunicado con ella. Cada mañana ella me llamaba a las 6:30 como mi despertador para que no me duerma y no falte al colegio.

Pese a que no me daba miedo estar solo extrañaba mucho a mi familia, pero entendía por qué mis papás estaban lejos y sólo me visitaban los fines de semana, todo era cuestión del trabajo allí tenían un trabajo que les permitía mantenerse y mantenerme a mí en el colegio. Mi mamá siempre me decía - tienes que estar solo nomas hijito, te hemos traído aquí por el estudio porque allá no es lo mismo vos sabes – y bueno, tenía razón ellos querían que yo progrese sólo que esos años fueron terribles para mí.

Para nadie es fácil estar lejos de su familia, sin nadie que te acompañe, con una señora desconocida cada vez diferente, a veces cuando mi mamá ya se alistaba para irse otra vez me enredaba en sus trenzas, o me agarraba de ellas para que no se vaya y lloraba. Pero pese a todo los entendía y con mis amigos la cosa se hizo más llevadera y aprendí a pasarla bien.

Entre mis 8 y mis 9 años mi mamá convenció a una tía para que viva conmigo y me cuide, ella había tenido 2 bebés y mi mamá le ofreció que le mandaría todo lo necesario mientras viva conmigo. Pero mi tía aceptó sólo para cuidar a sus gemelas sin tener que trabajar ya que cuando fueron más grandecitas se fue y me dejó solo de nuevo.

Pese a que viví en el campo hasta mis 5 años y era muy niño recuerdo claramente a mis papás yendo a trabajar desde muy temprano, me gusta el campo, el aire tan puro, bastante libertad, aquí todo es cerrado y peligroso, allá todo es tranquilo. Extraño el campo, extraño vivir ahí. Voy allí en vacaciones especialmente para ver a mi abuelita.

Actualmente ya vivo con mis papás, mi mamá dice que se vino por mí porque cuando me dejaban solo tenía algunos problemas. Vivimos en una zona que ha cambiado mucho desde que llegué, antes era muy vacía, ahora tiene un centro de salud, el colegio está cerca, tiene canchas, las calles han mejorado y lo mejor es que hay bastante transporte público, antes tenía que ir a pie a todo lado. Mi zona tiene algunos problemas especialmente porque los jóvenes beben mucho, pero lo bueno es ahora es una zona relativamente segura.

Es muy curioso pero, pese a que extrañaba mucho a mi familia, cuando mis papás volvieron a vivir conmigo me sentía presionado, en sí porque antes me salía a jugar  salía con toda libertad pese que trataba de ser disciplinado y tenía mis horarios, de pronto tuve que empezar a pedir permiso y a dar explicaciones; sin embargo poco a poco me fui acostumbrando y adecuando a este nuevo modo de vida y mi mamá me entiende bien, confía en mí y sólo me pide que no le diga mentiras.

En el fondo ella entiende que pasé varios años de mi niñez solo y que ahora que soy grande ya no me puede tratar igual que a cualquier niño, porque no fui igual a cualquier niño, tuve que crecer prácticamente solo. Pese a esa soledad nunca odié ni me resentí con mis papás, escucho lo que me dicen, especialmente mi mamá me aconseja siempre y con acierto y sus recomendaciones me sirven mucho.

Un día llegó una invitación al colegio para que podamos participar en unos talleres y ser parte de un grupo llamado Jóvenes Rompiendo Fronteras, me alegro tanto de participar porque me ha servido mucho, he aprendido mucho, aprendí a valorar más las cosas, a ser más comunicativo, aprendí a entender y aceptar a mi familia. 

Mi historia es parecida a la de muchos jóvenes que tuvieron que separarse de su familia pero aprendí que es muy importante aprender a conocerla, hablar sobre ella, no todos sabemos o entendemos de dónde venimos, yo viví solo pero siempre traté de respetar a mis papás, hay muchos jóvenes que están lejos de sus familias pero no las entienden ni las valoran, no hacen caso a sus papás y esos sentimientos de soledad los llevan al alcoholismo y las drogas".

(José Luis, 17 años)

No hay muchos comentarios que hacer, les pedimos que cada uno de ustedes recuerden y recen por estos jóvenes marcados por una vida llena de dificultades y a pesar de lo cual, tienen unas ganas inmensas de salir adelante.

Hasta pronto

Milenka, José Adolfo y Nieves


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