miércoles, 13 de octubre de 2021

5 años en Ecuador_Karina Hernández

Karina Hernández, compañera de Ocasha-CCS, de Jaén, que estuvo en República Dominicana y en Ecuador, nos cuenta qué ha estado haciendo estos cinco años y medio en Ecuador, ya sin Occs, pero igualmente sintiéndose misionera laica.

De este periodo de más de cinco años, los dos primeros, y algo más, los pasó en Tardelé, al sur del país, en la diócesis de Cuenca. Un pueblito de la sierra, a hora y media de la ciudad.

El trabajo lo realizó en la fundación de la diócesis, que tenía varias áreas de trabajo: con los mayores (una residencia) y con la infancia (una escuela, un instituto y una guardería). Su trabajo fue la de la capacitación de los equipos de trabajo de los proyectos, talleres, concientización… Este trabajo recibía el apoyo económico del MIES (Ministerio de Inclusión Económico Social, que sería como el de asuntos sociales en España). 

Con el tiempo, sintió que su trabajo estaba finalizando, pues los equipos ya estaban en condiciones de continuar solos y el apoyo del MIES daba un soporte importante, lo que era positivo, pues era el propio Estado ecuatoriano el que apoyaba el trabajo que se realizaba con la población más desfavorecida.

Pero el vicario de la diócesis le pidió que pasara a desempeñar otra labor, en la pastoral de la movilidad humana y Cáritas. Y ahí ha estado los últimos tres años, que también han sido los más duros, pues a principios del 2019 fue el momento en el que empezó a llegar la emigración venezolana. Muchas personas del país vecino veían en Cuenca un lugar donde poder comenzar una nueva vida, pues Cuenca es una ciudad tranquila, bien comunicada, dedicada al turismo… Esta ciudad se convirtió, con el tiempo, en una de las ciudades del país con más inmigración. También de colombianos, pero sobre todo (95%), de venezolanos. Algunos venezolanos se quedan y otros, siguen su tránsito hasta Perú.


La Cáritas diocesana comienza a recibir apoyo de Manos Unidas, en septiembre de 2019, pero llega el confinamiento y todo el mundo debía encerrarse en casa. Fue un mazazo, porque la mayoría de la inmigración se dedicaba a la economía informal. O se arriesgaban a contraer el virus en la calle o a morirse de hambre en sus domicilios. Así que, básicamente, la Cáritas diocesana fue la que se mantuvo en la calle, dando apoyo material (ayudas a la alimentación y ayudas para el pago de arriendos) y apoyo psicosocial a través de teléfono y whatsapp.

El equipo lo formaban, con ella, 3 voluntarios venezolanos: dos médicos y una enfermera. Todos los días se acercaban al Mercado 9 de Octubre  para llegar a las personas que estaban en la calle, intentando ganarse la vida como podían.


Fue un periodo muy duro, pero cuando se levantó el confinamiento las cosas no mejoraron pues la población no quería comprar en la calle, no quería tocar los productos. Como la situación no mejoraba, el apoyo a la Cáritas diocesana lo continuó Cáritas Europa y Cáritas Alemania. Con esta ayuda se pudo aumentar el equipo con personal psicológico, jurídico y social. Pero el trabajo se seguía multiplicando. Había un toque de queda de 7 p.m. hasta las 5 a.m., pero las personas migrantes se lo saltaban, pues llegaban a la oficina de Cáritas a las 3 o a las 4 de la mañana para hacer cola para ser atendidas; y la policía detenía a quien se saltaba el toque de queda. Pero estas personas estaban desesperadas; necesitaban ayuda.

Cuenca es una ciudad donde las noches son frías y húmedas, lo que da una idea de la necesidad de la gente, que se saltaba el toque de queda, que pasaba frío...porque Cáritas era el único lugar donde se atendía cara a cara. Fue un tiempo de hacer equipo, de replantearse muchas cosas, de escuchar mucho...


En estos momentos siguen llegando venezolanos al país y la situación en la que llegan es peor. Los primeros venezolanos eran personas que pudieron vender sus propiedades, prepararse para el viaje y que tenían un nivel cultural o de estudios elevado. Pero los que llegan ahora son personas que han trabajado para el régimen venezolano, pero tanto se ha degradado la situación en Venezuela, que hasta estas personas están saliendo, pero llegan con muy poco.


En toda esta situación, los propios ecuatorianos, los ecuatorianos más vulnerables, han visto agudizarse su situación económica y, como consecuencia de ver cómo se ayudaba a los venezolanos, se han dado casos de xenofobia, que ha habido que contrarrestar con mucha pedagogía de la caridad.


Los inmigrantes han sufrido abuso laboral, se ha detectado la brecha digital entre la infancia escolarizada, que no tenía forma de conectarse con su escuela. Tiempo perdido.


Antes de la pandemia ya se habían cerrado las fronteras. Perú incluso llevó al ejército a la frontera. Aunque eso no ha impedido que sigan llegando. Ese cierre de fronteras solo ha facilitado el crecimiento de las mafias: más trata, tránsitos más peligrosos, coimas a los militares…


¿Y ahora, qué? Pues con el equipo ampliado en la pastoral de la movilidad, Karina sintió que se cerraba un ciclo en su estancia en la sierra. Y en diálogo con Antonio y Ana, compañeros también de Occs en Manta (Ecuador), decidió que su lugar, ahora, podía estar en la archidiócesis de Portoviejo, que es una diócesis más humilde que la de Cuenca y que también necesita apoyo con la inmigración. 


Pero esa es ya otro capítulo de la historia que nos contará en otro momento.




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